Domingo 3º del Tiempo Ordinario

- CICLO A -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 




 

TERCER DOMINGO – CICLO A.

  

         Con María, celebramos el tercer misterio luminoso del Rosario: Jesús comienza la predicación anunciando la salvación, esto es, predicando el Reino e invitando a la conversión.

En la “escuela de María” aprendemos a conocer a Cristo meditando los misterios de su vida para conocerlo mejor, amarlo más intensamente e imitarlo  tratando de ser iconos de Cristo en medio del mundo.

 

PRIMERA LECTURA Is.9, 1-4.
 

         Es el anuncio profético de la Salvación, esto es, del día de Yahvé, de la venida del Mesías, de Cristo nuestro Salvador. Es la proclamación del plan de salvación. Dios Padre quiere que nos salvemos y nos manda a su Hijo para facilitar nuestra salvación.

         Nuestra salvación se realiza en Jesucristo si lo acogemos libremente. Por eso, abrimos las puertas a Cristo para que entre en nosotros, nos perdone, nos purifique y nos salve.

         El anuncio, el cumplimiento y la experiencia del plan de salvación nos inunda de gozo interior. Caminábamos en las tinieblas, en las sombras del pecado, y una “luz grande” nos penetra. Es el perdón y la gracia de Cristo que nos santifica y nos salva.

         Señor: “acreciste la alegría, aumentaste el gozo”. Nos gozamos con tu presencia como se alegra el labrador al recoger la cosecha y el vencedor en la batalla al recoger el trofeo.

         Con María, adoramos a Dios Padre y le damos gracias porque nos ha dado al Hijo por obra del Espíritu Santo para que nos salvemos. Como María, decimos Sí a Cristo, a la salvación, a la gracia, a la santidad. Por eso, estamos contentos y alegres.
 

 

SEGUNDA LECTURA  1 Cor. 1, 10-13. 17
 

         Cristo es el origen de nuestra salvación porque es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre  y  que muere en la Cruz “por nosotros y por nuestra salvación”. Acoger a Cristo es acoger la salvación, la gracia, la santidad.

         Cristo es el contenido de nuestra salvación porque es necesario creer en Él para salvarnos. Por eso, actualizamos nuestra fe en Cristo, en el Evangelio que contiene su doctrina y en la Iglesia instituida por el mismo Cristo como medio de salvación.

         Cristo es el centro de nuestra salvación y fuente de unidad. Por eso, los bautizados hemos de estar “bien unidos con un mismo pensar y sentir”,  en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; en una misma Iglesia, santa, católica y apostólica; en un solo Bautismo; en una misma fe, esperanza y caridad.

         Por eso, luchamos por superar toda división. No somos de Pablo, de Apolo, de Pedro... Cristo es uno e indivisible y hemos sido bautizados en el nombre de Cristo.

         En la “Escuela de María” aprendemos a acoger a Cristo en la Iglesia y a vivir unidos como miembros de un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia, y a orar por la unidad de los cristianos.

 

TERCERA LECTURA  Mt,4, 12-23
 

         Jesús comienza la actividad apostólica predicando el Reino e invitando a la conversión. Es el tercer misterio luminoso del Rosario.



 

         Predica el Reino. No es un reino humano. Es el reino interior de la gracia que nos introduce en la comunión trinitaria, que nos hace partícipes del la vida divina, hijos adoptivos de Dios y herederos del Cielo. Los bautizados participamos de la realeza de Cristo.

         Es un reino que ha de iluminar al mundo: a los judíos y a los gentiles. Por eso, Jesús inicia su predicación en “Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”

         Para acoger el Reino de los cielos es necesaria la conversión. Jesús comienza su  predicación diciendo: “Convertios porque está cerca el Reino de los cielos”. Necesitamos convertirnos, dejando el pecado mortal como condición para ser partícipes del Reino. Necesitamos vivir en tensión de conversión tratando de superar el pecado venial y los afectos desordenados para perfeccionar nuestra vida –santificarnos- como hijos del Reino.

         Jesús busca colaboradores que continúen la predicación del Reino y la llamada a la conversión por los caminos del mundo y a través de los tiempos. Llamó a Simón Pedro y a Andrés: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. También llamó a Santiago y a Juan que “inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”.

         Jesús sigue buscando colaboradores: obispos, sacerdotes, consagrados, laicos... que en comunión con el Papa sigan predicando el Reino y llamando a la conversión con el testimonio de vida, con la predicación, con la enseñanza, con la caridad, con las obras de misericordia... cada uno según el don de la vocación recibida. Jesús nos sigue llamado a cada uno de nosotros: ¿cómo voy a responder?

         Señora y Madre del Rosario, al meditar el tercer misterio luminoso del Rosario, enséñanos  a acoger la palabra y la vida de Cristo que nos salva, a comprometernos a la santidad con una conversión sincera y la fidelidad a la vida de la gracia, a ser colaboradores de la obra de Cristo, fieles a la Iglesia, en medio del mundo.

        
 


 

 

 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.