Celebramos
la octava de la Resurrección del Señor. Es el Domingo de la Divina
Misericordia. Con la Virgen María, meditamos los misterios gloriosos del
Rosario que nos muestran el triunfo definitivo de la Misericordia de Dios
sobre el pecado. Dios Padre, en Cristo, por obra del Espíritu Santo, se
compadece de la humanidad y nos ofrece la solución al pecado de la humanidad
que es la pasión, muerte y resurrección del Hijo.

PRIMERA LECTURA. Hechos de los Apostoles, 5,
12-16.
La vocación de los cristianos.
Los
cristianos estamos llamados a vivir unidos en la fe y en el testimonio por
virtud de la muerte y resurrección del Señor, para ser creíbles ante el
mundo.
El testimonio de los primeros cristianos.
Es el
ejemplo que ofrecen los Hechos de los Apóstoles: los primeros cristianos
vivían unidos en la fidelidad a la verdad y en la unión fraterna. La gente
se sentía atraída por ese estilo de vida, buscaba ansiosamente a los
apóstoles y crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se
adherían al Señor.
Todos los
bautizados estamos llamados a ser testigos creíbles ante el mundo. Para
ello, hemos de restaurar nuestra fidelidad a la verdad de Cristo en la
Iglesia y a sus exigencias de conversión y de gracia. Hemos de restaurar
también, la unión fraterna, signo de nuestra comunión en Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, condición para ser portadores del amor y de la paz que el
mundo necesita. Entonces, seremos constructores de la Nueva civilización
en la verdad y el amor.
Invocación mariana.
Madre de la
unidad: enséñanos a vivir unidos en la verdad y el amor de Cristo para ser
testigos creíbles del Evangelio en medio del mundo.
SEGUNDA LECTURA. Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13.
17-19
La fuerza de Cristo resucitado.
¡No
tengamos miedo! La fuerza de Cristo resucitado está con nosotros. La palabra
de Cristo glorioso sigue siendo realidad: EI puso la mano derecha sobre
mí y dijo: No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive.
Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las
llaves de la Muerte y del Infierno.
La fuerza de la Eucaristía.
¡No
tengamos miedo! Cristo resucitado ha querido seguir presente entre nosotros
en el sacramento de la Eucaristía. Vayamos a la Eucaristía. Seamos fieles a
la Misa dominical y festiva, a la recepción frecuente de la Comunión,
confesados los pecado mortales, y a la oración ante el Tabernáculo.
La
participación en la Eucaristía nos inunda del gozo de la Resurrección del
Señor y nos capacita para ser sus testigos ante el mundo según el don de la
vocación que hemos recibido.
Invocación mariana.
María: Tú
eres la Virgen valiente desde el sí de la Encarnación hasta el sí de la
Cruz. Enséñanos a ser valientes, a no tener miedo en el camino que tenemos
que recorrer, fieles a Cristo en la Iglesia, hasta alcanzar la salvación.
TERCERA LECTURA. San Juan 20, 19-31.
La misericordia sale a nuestro encuentro.
Necesitamos
ser confirmados en el gozo y la paz de Cristo resucitado. Los católicos
tenemos miedo a dar testimonio de Cristo en el mundo. También tenían miedo
los apóstoles. Por eso, Cristo, Misericordia divina, sale a su encuentro
para transmitir 1a paz interior, Paz a vosotros, y la certeza de la
resurrección mostrando las llagas. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor.
Jesús,
Misericordia divina, sale igualmente al encuentro de Tomás para confirmarlo
en la certeza y en el gozo de la Resurrección.
El Sacramento de la Misericordia.
Cristo
resucitado sigue saliendo al encuentro de su Iglesia y de los hombres para
ofrecernos los frutos de la Resurrección. Nos hace el regalo del sacramento
de la Misericordia que es el sacramento de la Penitencia: Recibid al
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Por la
virtud de la Resurrección, el sacramento de la Penitencia nos resucita a la
vida sobrenatural frente a la muerte del pecado mortal y a la debilidad del
pecado venial, y fortalece la voluntad para perseverar en el bien. Es el
triunfo de la Divina Misericordia sobre nosotros porque nos perdona los
pecados cometidos después del Bautismo.
Invocación mariana:
Madre de la Divina Misericordia: Tú fuiste objeto privilegiado de la Divina
Misericordia al ser excepcionalmente redimida. Enséñanos cómo abrir nuestra
almas a la Divina Misericordia acudiendo con frecuencia al Sacramento de la
Penitencia.