LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Fiesta

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 



MEDITACIONES


 

LA TRANSFIGURACIÓN

  

 

         Con María, meditamos el cuarto misterio luminoso: la Transfiguración del Señor. Es un anticipo de la plena glorificación de Cristo. Es un estímulo para nosotros, llamados a participar de la glorificación de Cristo. Es ocasión para dar gracias al Padre con el estilo de María que es el Magnificat, esto es, proclamando las grandezas del amor y la misericordia del Señor.

 

PRIMERA LECTURA. Profeta Daniel 7, 9-10. 13-14.

La visión de Dios.

         El Profeta Daniel tiene una visión apocalíptica. Ve imaginariamente a Dios sentado en un trono: Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima... Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes...
 

La visión de Jesucristo.

         El profeta sigue viendo una especie de hombre entre las nubes del cielo que avanzó hacia el anciano venerable llegó hasta su presencia.

Es visión profética de Jesucristo: A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.
 

La plena glorificación.

         La visión de Jesucristo como Rey con poder eterno, digno de honor y alabanza, es signo profético de la glorificación plena de la humanidad de Cristo que veremos como anticipada en la Transfiguración.
 

Invocación mariana.

         Madre de Dios: tu vida es gloria y alabanza de Dios Padre, por medio de Jesucristo, en el amor del Espíritu Santo. Enséñanos cómo vivir alabando a Dios en comunión con Jesucristo, fieles al Espíritu Santo, para ser dignos de alcanzar la plena visión de Dios.
 

 
 

SEGUNDA LECTURA. Segunda carta de San Pedro, 1, 16-19.

Testigo de la Transfiguración.

         San Pedro se declara testigo de la Transfiguración del Señor. La honra y gloria de Cristo no eran invenciones fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza y habían oído la voz del Padre en el monte.
 

La grandeza del Señor.

         Es el Padre el que da honra y gloria al Hijo cuando la sublime gloria le trajo aquella voz: Este es mi Hijo amado, en él yo me he complacido. Esta voz traída del cielo la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada.

Jesucristo es el Hijo amado del Padre en el Espíritu Santo desde toda la eternidad, es Dios como el Padre que se ha hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación.

La Transfiguración es como un anticipo de la plena glorificación de Cristo, obediente al Padre hasta la muerte y muerte de Cruz. La Transfiguración tiene un sentido escatológico para nosotros porque nos invita a caminar mirando al cielo donde esperamos participar de la plena glorificación de Cristo.
 

Invocación mariana.

         Santa María: Tú participas privilegiada y anticipadamente  de la glorificación de Cristo porque eres asumpta  al cielo en cuerpo y alma. Concédenos caminar mirando al cielo en comunión con Cristo tu Hijo.

        

TERCERA LECTURA. San Marcos, 9, 1-9.

La Transfiguración.

         Jesús, después de anunciar explícitamente su pasión y muerte, subió a una montaña y se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan. Su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y una voz desde la nube decía: Éste es mi Hijo  amado; escuchadlo. Los apóstoles se postran en adoración, y nosotros con ellos.
 


 

Revelación del misterio de Dios.

Asistimos a un momento culminante: la Revelación del misterio de Dios: Y una voz desde la nube decía: Este es mi  Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Es revelación de la Trinidad: del Padre en la voz que se escucha, del Hijo visible en Jesucristo y del Espíritu Santo en la nube luminosa que lo envuelve.
 

Glorificación de Jesucristo.     

La Transfiguración manifiesta la glorificación de la humanidad de Jesucristo que ha de ser visible permanentemente desde la resurrección. Es la plena glorificación del alma que se manifiesta en el cuerpo.
 

Fortaleza de la fe.

La Transfiguración trata de fortalecer la fe débil de los apóstoles ante los acontecimientos duros de la pasión y muerte que se acercan. Fortalece también nuestra fe en las circunstancias difíciles que nos tocan vivir. Adoremos a Jesucristo porque es el Hijo de Dios, Dios como el Padre.
 

Invocación mariana.

         María: Tú recorres la vía dolorosa desde la encarnación de tu Hijo, hasta la Cruz, culminación del dolor y de la soledad, participando privilegiadamente de la gloria de la Resurrección.

         Señora del Rosario: enséñanos a adorar a Cristo, tu Hijo, a aceptarlo en nuestras vidas con todas sus consecuencias, a conocerlo meditando y viviendo los misterios del Rosario, a recorrer el camino sembrado de cruces, sin desalientos, hasta alcanzar la participación en la gloria luminosa de Cristo.


     
 


 

       



 

 
 


             Autor: Fr. Carlos Lledó López, O.P.