Domingo 31º del Tiempo Ordinario

- CICLO B -

Autor: Fr. Carlos Lledó López O.P.

 

 

     MEDITACIONES PARA EL AÑO LITÚRGICO

Guía didáctica apropiada para
Sacerdotes, Religiosos y Catequistas.

 


 

 DOMINGO TRIGÉSIMO PRIMERO – CICLO B
                 
  

La Virgen María es la Esclava del Señor por amor. Acepta el plan de Dios y se entrega en alma y cuerpo: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra (Cf. Lc. 1, 38). El primer misterio gozoso del Rosario nos enseña a entregarnos con María y a cumplir amorosamente la voluntad del Señor.

 

PRIMERA LECTURA. Deuteronomio, 6, 2-6.

El temor filial.

El temor filial es el motivo para guardar los mandatos y preceptos del Señor. El temor filial es lo contrario al temor servil. El siervo obedece por temor. Nosotros somos hijos que obedecemos por amor al Padre que nos ama, que nos ha dado a su Hijo para salvarnos.

El temor que tenemos a Dios se llama filial porque somos los hijos que tememos perder la filiación divina por el pecado y correr el riego de la condenación.

Por lo tanto, cumplimos los Mandamientos de la Ley de Dios movidos por amor, tratando de responder, en cuanto es posible, al amor que Dios nos tiene.
 


 

Los Mandamientos de la Ley de Dios.

El cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios tiene sentido cuando se vive en gracia, cuando hay amor. Cuando no hay amor, no tiene sentido cumplir los Mandamientos y fácilmente se olvidan.

El mandamiento más importante es: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. El amor a Dios mueve el amor al prójimo y el cumplimiento de los demás mandamientos.

Dios nos pide que grabemos los mandamientos en la memoria, que los padres los transmitan a sus hijos, que hablemos de ellos... que sean como un signo de nuestra condición como hijos de Dios y una señal de nuestra fe.
 

Invocación mariana.

Virgen María, Madre de la fidelidad por tu entrega amorosa al cumplimiento de la voluntad de Dios, enséñanos a perseverar en la vida de la gracia para guardar amorosamente los Mandamientos de la Ley de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA. Hebreos 7, 23-28.

Jesucristo, causa de toda fidelidad.

Jesucristo causa nuestra fidelidad porque es el Siervo fiel que se hace obediente al Padre en el amor, hasta la muerte y muerte de cruz. (Cf. Fil. 2, 8). La obediencia de Cristo nos obtiene el perdón de nuestros pecados, nos otorga la gracia santificante y nos hace partícipes del mismo amor del Hijo al Padre. Nosotros participando del amor de Cristo, aceptamos y cumplimos los Mandamientos con fidelidad.

Jesucristo causa nuestra fidelidad porque es el Sumo Sacerdote que intercede continuamente ante el Padre por nosotros para que alcancemos la salvación por el camino seguro del cumplimiento de la voluntad del Padre. Sólo necesitamos abrirnos consciente y libremente a Cristo, al perdón y a la gracia que nos ofrece.

Cristo causa nuestra fidelidad porque es el Sumo Sacerdote santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Cristo es el Santo porque en Él habita la plenitud de santidad y gracia de la cual nos hace partícipes. Es el inocente que acepta cargar con nuestros pecados. Es sin mancha porque no puede tener pecado. Ha sido encumbrado al cielo y allí intercede continuamente por nosotros.
 

Invocación mariana.

Madre de Dios y Madre nuestra: Tú fuiste excepcionalmente redimida por Cristo y hecha partícipe privilegiada de su fidelidad. Alcánzanos el don de saber perseverar en la gracia, de vivir en el amor sobrenatural, de saber hacer de nuestra vida un sí sostenido al querer de Dios.

 

TERCERA LECTURA. San Marcos, 12, 28-34.

El Mandamiento más importante.

Un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué Mandamiento es el primero de todos? La respuesta del Maestro se puede resumir en una palabra: Amar: El primero es: ...amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos.
 


 

El amor a Dios.

Tenemos que amar a Dios con todo nuestro ser. No se trata de un amor sensible y afectivo, sino apreciativo y estimativo. Entre Dios y lo que no es Dios, entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado... ¿cuál es mi preferencia? ¿Me quedo con Dios, con el bien, con la gracia? Entonces estoy amando a Dios sobre todas las cosas.
 

El amor al prójimo.

El amor al prójimo es semejante al primero. Porque amo a Dios, amo al prójimo como pertenencia de Dios y como hermano porque somos hijos de Dios.

Por lo tanto, amo al prójimo como a mí mismo. Si yo procuro mi bien espiritual y material, no puedo ser ajeno al bien espiritual y material del prójimo que es mi hermano.
 

Invocación mariana.

María que amas a Dios como ninguna criatura y que amas a todos los hombres como Madre y Corredentora: enséñanos a amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Enséñanos a vivir en el amor.

        




 
 


      Elaborado por Fr. Carlos Lledó López, O.P.